Dos palabras, Isabel Allende
Dos palabras, Isabel Allende
Estudiantes de octavo y noveno, entren a esta dirección para el Cuento Dos palabras, de Isabel Allende. https://quizlet.com/14645…/dos-palabras-resumen-flash-cards/
Lea el cuento;
Dos
palabras. Isabell Allende.
Prof.
Helen
Ballestero. ¡LÉALO ESTÁ BUENÍSIMO!!!!
Tenía el nombre de Belisa Crepusculario, pero no por fe de bautismo o
acierto de su madre, sino porque ella misma lo buscó hasta encontrarlo y se
vistió con él. Su oficio era vender palabras. Recorría el país, desde las
regiones más altas y frías hasta las costas calientes, instalándose en las
ferias y en los mercados, donde montaba cuatro palos con un toldo de lienzo,
bajo el cual se protegía del sol y de la lluvia para atender a su clientela. No
necesitaba pregonar su mercadería, porque de tanto caminar por aquí y por allí,
todos la conocían. Había quienes la aguardaban de un año para otro, y cuando
aparecía por la aldea con su atado bajo el brazo hacían cola frente a su
tenderete. Vendía a precios justos. Por cinco centavos entregaba versos de
memoria, por siete mejoraba la calidad de los sueños, por nueve escribía cartas
de enamorados, por doce inventaba insultos para enemigos irreconciliables.
También vendía cuentos, pero no eran cuentos de fantasía, sino largas historias
verdaderas que recitaba de corrido sin saltarse nada. Así llevaba las nuevas de
un pueblo a otro. La gente le pagaba por agregar una o dos líneas: nació un
niño, murió fulano, se casaron nuestros hijos, se quemaron las cosechas. En
cada lugar se juntaba una pequeña multitud a su alrededor para oírla cuando
comenzaba a hablar y así se enteraban de las vidas de otros, de los parientes
lejanos, de los pormenores de la Guerra Civil. A quien le comprara cincuenta
centavos, ella le regalaba una palabra secreta para espantar la melancolía. No
era la misma para todos, por supuesto, porque eso habría sido un engaño
colectivo. Cada uno recibía la suya con la certeza de que nadie más la empleaba
para ese fin en el universo y más allá.
Belisa Crepusculario había nacido en una familia
tan mísera, que ni siquiera poseía nombres para llamar a sus hijos. Vino al
mundo y creció en la región más inhóspita, donde algunos años las lluvias se
convierten en avalanchas de agua que se llevan todo, y en otros no cae ni una
gota del cielo, el sol se agranda hasta ocupar el Horizonte entero y el mundo
se convierte en un desierto. Hasta que cumplió doce años no tuvo otra ocupación
ni virtud que sobrevivir al hambre y la fatiga de siglos. Durante una
interminable sequía le tocó enterrar a cuatro hermanos menores y cuando comprendió
que llegaba su turno, decidió echar a andar por las l1anuras en dirección al
mar, a ver si en el viaje lograba burlar a la muerte. La tierra estaba
erosionada, partida en profundas grietas, sembrada de piedras, fósiles de
árboles y de arbustos espinudos, esqueletos le animales blanqueados por el
calor. De vez en cuando tropezaba con familias que, como ella, iban hacia el
sur siguiendo el espejismo del agua. Algunos habían iniciado la marcha llevando
sus pertenencias al hombro o en carretillas, pero apenas podían mover sus
propios huesos y a poco andar debían abandonar sus cosas. Se arrastraban
penosamente, con la piel convertida en cuero de lagarto y sus ojos quemados por
la reverberación de la luz. Belisa los saludaba con un gesto al pasar, pero no
se detenía, porque no podía gastar sus fuerzas en ejercicios de compasión.
Muchos cayeron por el camino, pero ella era tan tozuda que consiguió atravesar
el infierno y arribó por fin a los primeros manantiales, finos hilos de agua,
casi invisibles, que alimentaban una vegetación raquítica, y que más adelante
se convertían en riachuelos y esteros.
Belisa Crepusculario salvó la vida y además
descubrió por casualidad la escritura. Al llegar a una aldea en las
proximidades de la costa, el viento colocó a sus pies una hoja de periódico.
Ella tomó aquel papel amarillo y quebradizo y estuvo largo rato observándolo
sin adivinar su uso, hasta que la curiosidad pudo rnás que su timidez. Se
acercó a un hombre que lavaba un caballo en el mismo charco turbio donde ella saciara
su sed.
--¿Qué es esto?--preguntó.
--La página deportiva del periódico--replicó el
hombre sin dar muestras de asombro ante su ignorancia.
La respuesta dejó atónita a la muchacha, pero no
quiso parecer descarada y se limitó a inquirir el significado de las patitas de
mosca dibujadas sobre el papel.
--Son palabras, niña. Allí dice que Fulgencio
Barba noqueó al Nero Tiznao en el tercer round.
Ese día Belisa Crepusculario se enteró que las
palabras andan sueltas sin dueño y cualquiera con un poco de maña puede
apoderárselas para comerciar con ellas. Consideró su situación y concluyó que
aparte de prostituirse o emplearse como sirvienta en las cocinas de los ricos,
eran pocas las ocupaciones que podía desempeñar. Vender palabras le pareció una
alternativa decente. A partir de ese momento ejerció esa profesión y nunca le
interesó otra. Al principio ofrecía su mercancía sin sospechar que las palabras
podían también escribirse fuera de los periódicos. Cuando lo supo calculó las
infinitas proyecciones de su negocio, con sus ahorros le pagó veinte pesos a un
cura para que le enseñara a leer y escribir y con los tres que le sobraron se
compró un diccionario. Lo revisó desde la A hasta la Z y luego lo lanzó al mar,
porque no era su intención estafar a los clientes con palabras envasadas.
Varios años después, en una mañana de agosto, se
encontraba Belisa Crepusculario en el centro de una plaza, sentada bajo su
toldo vendiendo argumentos de justicia a un viejo que solicitaba su pensión
desde hacía diecisiete años. Era día de mercado y había mucho bullicio a su
alrededor. Se escucharon de pronto galopes y gritos, ella levantó los ojos de
la escritura y vio primero una nube de polvo y enseguida un grupo de jinetes
que irrumpió en el lugar. Se trataba de los hombres del Coronel, que venían al mando
del Mulato, un gigante conocido en toda la zona por la rapidez de su cuchillo y
la lealtad hacia su jefe. Ambos, el Coronel y el Mulato, habían pasado sus
vidas ocupados en la Guerra Civil y sus nombres estaban irremisiblemente unidos
al estropicio y la calamidad. Los guerreros entraron al pueblo como un rebaño
en estampida, envueltos en ruido, bañados de sudor y dejando a su paso un
espanto de huracán. Salieron volando las gallinas, dispararon a perderse los
perros, corrieron las mujeres con sus hijos y no quedó en el sitio del mercado
otra alma viviente que Belisa Crepusculario, quien no había visto jamás al
Mulato y por lo mismo le extrañó que se dirigiera a ella.
--A ti te busco--le gritó señalándola con su
látigo enrollado y antes que terminara de decirlo, dos hombres cayeron encima
de la mujer atropellando el toldo y rompiendo el tintero, la ataron de pies y
manos y la colocaron atravesada como un bulto de marinero sobre la grupa de la
bestia del Mulato. Emprendieron galope en dirección a las colinas.
Horas más tarde, cuando Belisa Crepusculario
estaba a punto de morir con el corazón convertido en arena por las sacudidas
del caballo, sintió que se detenían y cuatro manos poderosas la depositaban en
tierra. Intentó ponerse de pie y levantar la cabeza con dignidad, pero le
fallaron las fuerzas y se desplomó con un suspiro, hundiéndose en un sueño
ofuscado. Despertó varias horas después con el murmullo de la noche en el
campo, pero no tuvo tiempo de descifrar esos sonidos, porque al abrir los ojos
se encontró ante la mirada impaciente del Mulato, arrodillado a su lado.
--Por fin despiertas, mujer--dijo alcanzándole
su cantimplora para que bebiera un sorbo de aguardiente con pólvora y acabara
de recuperar la vida.
Ella quiso saber la causa de tanto maltrato y él
le explicó que el Coronel necesitaba sus servicios. Le permitió mojarse la cara
y enseguida la llevó a un extremo del campamento, donde el hombre más temido
del país reposaba en una hamaca colgada entre dos árboles. Ella no pudo verle
el rostro, porque tenía encima la sombra incierta del follaje y la sombra
imborrable de muchos años viviendo como un bandido, pero imaginó que debía ser
de expresión perdularia si su gigantesco ayudante se dirigía a él con tanta
humildad. Le sorprendió su voz, suave y bien modulada como la de un profesor.
--¿Eres la que vende palabras?--preguntó.
--Para servirte--balbuceó ella oteando en la
penumbra para verlo mejor.
El Coronel se puso de pie y la luz de la
antorcha que llevaba el Mulato le dio de frente. La mujer vio su piel oscura y
sus fieros ojos de puma y supo al punto que estaba frente al hombre más solo de
este mundo.
--Quiero ser Presidente—dijo él.
Estaba cansado de recorrer esa tierra maldita en
guerras inútiles y derrotas que ningún subterfugio podía transformar en
victorias. Llevaba muchos años, durmiendo a la intemperie, picado de mosquitos,
alimentándose de iguanas y sopa de culebra, pero esos inconvenientes menores no
constituían razón suficiente para cambiar su destino. Lo que en verdad le
fastidiaba era el terror en los ojos ajenos. Deseaba entrar a los pueblos bajo
arcos de triunfo, entre banderas de colores y flores, que lo aplaudieran y le
dieran de regalo huevos frescos y pan recién horneado. Estaba harto de
comprobar cómo a su paso huían los hombres, abortaban de susto las mujeres y
temblaban las criaturas, por eso había decidido ser Presidente. El Mulato le
sugirió que fueran a la capital y entraran galopando al Palacio para apoderarse
del gobierno, tal como tomaron tantas otras cosas sin pedir permiso, pero al
Coronel no le interesaba convertirse en otro tirano, de ésos ya habían tenido
bastantes por allí y, además, de ese modo no obtendría el afecto de las gentes.
Su idea consistía en ser elegido por votación popular en los comicios de diciembre.
--Para eso necesito hablar como un candidato.
¿Puedes venderme las palabras para un discurso?--preguntó el Coronel a Belisa
Crepusculario.
Ella había aceptado muchos encargos, pero
ninguno como ése, sin embargo no pudo negarse, temiendo que el Mulato le
metiera un tiro entre los ojos o, peor aún, que el Coronel se echara a llorar.
Por otra parte, sintió el impulso de ayudarlo, porque percibió un palpitante
calor en su piel, un deseo poderoso de tocar a ese hombre, de recorrerlo con
sus manos, de estrecharlo entre sus brazos.
Toda la noche y buena parte del día siguiente
estuvo Belisa Crepusculario buscando en su repertorio las palabras apropiadas
para un discurso presidencial, vigilada de cerca por el Mulato, quien no
apartaba los ojos de sus firmes piernas de caminante y sus senos virginales.
Descartó las palabras ásperas y secas, las demasiado floridas, las que estaban
desteñidas por el abuso, las que ofrecían promesas improbables, las carentes de
verdad y las confusas, para quedarse sólo con aquellas capaces de tocar con
certeza el pensamiento de los hombres y la intuición de las mujeres. Haciendo
uso de los conocimientos comprados al cura por veinte pesos, escribió el
discurso en una hoja de papel y luego hizo señas al Mulato para que desatara la
cuerda con la cual la había amarrado por los tobillos a un árbol. La condujeron
nuevamente donde el Coronel y al verlo ella volvió a sentir la misma palpitante
ansiedad del primer encuentro. Le pasó el papel y aguardó, mientras él lo
miraba sujetándolo con la punta de los dedos.
--¿Qué carajo dice aquí?--preguntó por último.
--¿No sabes leer?
--Lo que yo sé hacer es la guerra--replicó é1.
Ella leyó en alta voz el discurso. Lo leyó tres
veces, para que su cliente pudiera grabárselo en la memoria. Cuando terminó vio
la emoción en los rostros de los hombres de la tropa que se juntaron para
escucharla y notó que los ojos amarillos del Coronel brillaban de entusiasmo,
seguro de que con esas palabras el sillón presidencial sería suyo.
--Si después de oírlo tres veces los muchachos
siguen con la boca abierta, es que esta vaina sirve, Coronel--aprobó el Mulato.
--¿Cuánto te debo por tu trabajo,
mujer?--preguntó el jefe.
--Un peso, Coronel.
--No es caro--dijo é1 abriendo la bolsa que
llevaba colgada del cinturón con los restos del último botín.
--Además tienes derecho a una ñapa. Te
corresponden dos palabras secretas--dijo Belisa Crepusculario.
--¿Cómo es eso?
Ella procedió a explicarle que por cada
cincuenta centavos que pagaba un cliente, le obsequiaba una palabra de uso
exclusive. El jefe se encogió de hombros, pues no tenía ni el menor interés en
la oferta, pero no quiso ser descortés con quien lo había servido tan bien.
Ella se aproximó sin prisa al taburete de suela donde é1 estaba sentado y se
inclinó para entregarle su regalo. Entonces el hombre sintió el olor de animal
montuno que se desprendía de esa mujer, el calor de incendio que irradiaban sus
caderas, el roce terrible de sus cabellos, el aliento de yerbabuena susurrándo
en su oreja las dos palabras secretas a las cuales tenía derecho.
--Son tuyas, Coronel--dijo ella al retirarse--.
Puedes emplearlas cuanto quieras.
El Mulato acompañó a Belisa hasta el borde del
camino, sin dejar de mirarla con ojos suplicantes de perro perdido, pero cuando
estiró la mano para tocarla, ella lo detuvo con un chorro de palabras
inventadas que tuvieron la virtud de espantarle el deseo, porque creyó que se
trataba de alguna maldición irrevocable.
En los meses de setiembre, octubre y noviembre
el Coronel pronunció su discurso tantas veces, que de no haber sido hecho con
palabras refulgentes y durables el uso lo habría vuelto ceniza. Recorrió el
país en todas direcciones, entrando a las ciudades con aire triunfal y
deteniéndose también en los pueblos más olvidados, allí, donde sólo el rastro
de basura indicaba la presencia humana, para convencer a los electores que
votaran por é1. Mientras hablaba sobre una tarima al centro de la plaza, el
Mulato y sus hombres repartían caramelos y pintaban su nombre con escarcha
dorada en las paredes, pero nadie prestaba atención a esos recursos de
mercader, porque estaban deslumbrados por la claridad de sus proposiciones y la
lucidez poética de sus argumentos, contagiados de su deseo tremendo de corregir
los errores de la historia y alegres por primera vez en sus vidas. Al terminar
la arenga del candidato, la tropa lanzaba pistoletazos al aire y encendía
petardos y cuando por fin se retiraban, quedaba atrás una estela de esperanza
que perduraba muchos días en el aire, como el recuerdo magnífico de un cometa.
Pronto el Coronel se convirtió en el político más popular. Era un fenómeno
nunca visto, aquel hombre surgido de la guerra civil, lleno de cicatrices y
hablando como un catedrático, cuyo prestigio se regaba por el territorio
nacional conmoviendo el corazón de la patria. La prensa se ocupó de é1.
Viajaron de lejos los periodistas para entrevistarlo y repetir sus frases, y
así creció el número de sus seguidores y de sus enemigos.
--Vamos bien, Coronel--dijo el Mulato al
cumplirse doce semanas de éxito.
Pero el candidato no lo escuchó. Estaba
repitiendo sus dos palabras secretas, como hacía cada vez con mayor frecuencia.
Las decía cuando lo ablandaba la nostalgia, las murmuraba dormido, las llevaba
consigo sobre su caballo, las pensaba antes de pronunciar su célebre discurso y
se sorprendía saboreándolas en sus descuidos. Y en toda ocasión en que esas dos
palabras venían a su mente, evocaba la presencia de Belisa Crepusculario y se
le alborotaban los sentidos con el recuerdo de olor montuno, el calor de
incendio, el roce terrible y el aliento de yerbabuena, hasta que empezó a andar
como un sonámbulo y sus propios hombres comprendieron que se le terminaría la
vida antes de alcanzar el sillón de los presidentes.
--¿Qué es lo que te pasa, Coronel?--le preguntó
muchas veces el Mulato, hasta que por fin un día el jefe no pudo más y le
confesó que la culpa de su ánimo eran esas dos palabras que llevaba clavadas en
el vientre.
--Dímelas, a ver si pierden su poder--le pidió
su fiel ayudante.
--No te las diré, son sólo mías--replicó el
Coronel.
Cansado de ver a su jefe deteriorarse como un
condenado a muerte, el Mulato se echó el fusil al hombro y partió en busca de
Belisa Crepusculario. Siguió sus huellas por toda esa vasta geografía hasta
encontrarla en un pueblo del sur, instalada bajo el toldo de su oficio,
contando su rosario de noticias. Se le plantó delante con las piernas abiertas
y el arma empuñada.
--Tú te vienes conmigo--ordenó.
Ella lo estaba esperando. Recogió su tintero,
plegó el lienzo de su tenderete, se echó el chal sobre los hombros y en
silencio trepó al anca del caballo. No cruzaron ni un gesto en todo el camino,
porque al Mulato el deseo por ella se le había convertido en rabia y sólo el
miedo que le inspiraba su lengua le impedía destrozarla a latigazos. Tampoco
esta dispuesto a comentarle que el Coronel andaba alelado, y que lo que no
habían logrado tantos años de batallas lo había conseguido un encantamiento
susurrado al oído. Tres días después llegaron al campamento y de inmediato
condujo a su prisionera hasta el candidato, delante de toda la tropa.
--Te traje a esta bruja para que le devuelvas
sus palabras, Coronel, y para que ella te devuelva la hombría--dijo apuntando
el cañón de su fusil a la nuca de la mujer.
El Coronel y Belisa Crepusculario se miraron
largamente, midiéndose desde la distancia. Los hombres comprendieron entonces
que ya su jefe no podía deshacerse del hechizo de esas dos palabras
endemoniadas, porque todos pudieron ver los ojos carnívoros del puma tornarse
mansos cuando ella avanzó y le tomó la mano.
El argumento del texto es extraordinario. Belisa es una mujer
que parte en busca de mejor vida. Cuando ella aprendió a escribir y
a leer, tuvo la idea a vender las palabras. Una mañana de Agosto fue
secuestrada por los hombres del Coronel. El Coronel necesitaba ayuda
con su discurso porque quería ser presidente. Por eso, Belisa creó
un discurso fantástico y, como de costumbre, le dijo dos palabras
secretas. Mientras su campaña era buena, el Coronel no podía
concentrar en las elecciones. Todo el tiempo, él estaba pensando de
las palabras y de Belisa. Muchas empezaron a creer que el Coronel
estaba loco. Sin embargo, cuando su amiga encontró a Belisa y los
dos reunieron, era obvio que él no era loco. En cambio, el Coronel
había enamorado de ella.
Temática
Temática
El argumento del texto es extraordinario. Belisa es una mujer
que parte en busca de mejor vida. Cuando ella aprendió a escribir y
a leer, tuvo la idea a vender las palabras. Una mañana de agosto fue
secuestrada por los hombres del coronel. El coronel necesitaba ayuda
con su discurso porque quería ser presidente. Por eso, Belisa creó
un discurso fantástico y, como de costumbre, le dijo dos palabras
secretas. Mientras su campaña era buena, el coronel no podía
concentrar en las elecciones. Todo el tiempo, él estaba pensando de
las palabras y de Belisa. Muchas empezaron a creer que el coronel
estaba loco. Sin embargo, cuando su amiga encontró a Belisa y los
dos reunieron, era obvio que él no era loco. En cambio, el Coronel
había enamorado de ella.
El
relato propone además un prototipo de mujer atípico en su entorno que convierte
a los hombres en personajes secundarios seducidos por Belisa, la seducción suya
es universal porque el instrumento de su hechizo es ella misma, su cuerpo y su olor,
y divide esos hombres en dos especies: los aceptados, representados por el
coronel, y los rechazados que encarna el mulato.
Simultáneamente
la historia de Belisa es una mezcla armónica de realidad y fantasía, el mundo
de Belisa está construido de manera que los hechos de su mundo, por
extraordinarios o fantásticos que puedan parecernos, no entran en conflicto con
las leyes naturales. Por eso la duda no tiene espacio en ellos, ni los
hechos alcanzan el estadio de lo extraño o sorprendente. Así no es
posible cuestionar la posibilidad de vender el mejoramiento de la calidad de
los sueños (11), ni el aprendizaje del diccionario “desde la A hasta la Z”
(13). A esto a se le ha llamado Realismo Mágico, y
los “Cuentos de Eva Luna” de los que hace parte “Dos
palabras”, están inmersos en esta controvertida definición2.
8.
Tipo de discurso;
La relación mágico-erótica
En “Dos palabras”, el
erotismo se manifiesta en el discurso acompañado de elementos mágicos usados
para seducir o rechazar. Aunque los recursos nigromantes aparecen desde
el comienzo cuando el narrador nos cuenta de la existencia de la palabra única
y “secreta” usada “para espantar la melancolía” (11-12), ellos hacen parte de
una mezcla de atributos eróticos y mágicos que marcan la historia de manera
especial a partir del momento del encuentro entre Belisa y el coronel forajido,
y ella logra percibir que se trata del “hombre más solo de este mundo”
sorprendiéndose “por su voz suave y bien modulada” (15).
La atracción sensual que de
inmediato despierta en ella ese “hombre más temido del país” y el miedo a la
muerte a manos del mulato, se unen para decidirle a aceptar el encargo del
discurso del coronel aspirante a presidente, pero lo trascendental en la
decisión es el deseo erótico que le desencadena ese macho prototipo que la
impulsa a desear “tocar a ese hombre” y “recorrerlo con las manos”, porque
percibe “el palpitante calor” de su piel (16).
La ansiedad sentida en el primer
encuentro se repite en el segundo, y es el momento esperado por Belisa para
usar sus recursos de hechicera, reforzando la magia con el sortilegio de la
palabra única y secreta que le permitirá atrapar para siempre al coronel no
solo por el arte del embrujo, sino por la poderosa sensación erótica que le
regala a él el cuerpo de Belisa convertido en instrumento universal de
arrobamiento, amarrándolo después con el filtro de amor de las palabras encantadas
que ayudarán a hacer inolvidables el olor que desprendía y “el calor de
incendio que irradiaban sus caderas, el roce terrible de sus cabellos, el
aliento de yerbabuena susurrando en su oído las palabras secretas”, el filtro
de amor brujo (17).
Por ser universal la seducción de
Belisa a partir de su cuerpo fetiche, el mulato al igual que el coronel también
es conquistado, la diferencia estriba en que al coronel lo seduce por decisión
propia, no son los hombres quienes deciden sino Belisa, el mulato no le
interesa aunque note “sus ojos suplicantes de perro perdido” y decide
expulsarlo de su entorno con la misma firmeza con que atrapa al elegido, el
poder de su conjuro le permite apoderarse de quien quiera, pero también
utiliza la taumaturgia discursiva para detener al mulato cuando intenta
tocarla, y él percibe el encantamiento hecho palabras que le espantan el deseo
“porque creyó que se trataba de alguna maldición irrevocable” (17).
La magia subyugante se encadena al
objeto erótico que es el cuerpo de Belisa, a su vez arma inicial de la
conquista que le llega a la coronel revestida del fetiche de su aliento y del
olor de sus cabellos y su cuerpo. Belisa no requiere bebedizos ni naipes
para quitar el sueño y desatar la pasión, sus elementos mágicos intrínsecos,
seducen, conquistan y retienen, formando todos juntos, palabras y fetiches, el
filtro de amor que transforma al coronel en un esclavo
obnubilado, un líder que pierde “los sentidos” y llega a caminar “como un
sonámbulo” (19). El conjuro de sus palabras solo puede ser curado en el
ensalmo de su presencia, al entenderlo el mulato corre a buscarla nuevamente, a
traer a la “bruja” que le dejo un “encantamiento susurrado al oído” (19), un
embeleso que subyuga y obliga a vivir prisionero en sus confines, en el hechizo
endemoniado que no puede deshacerse y hace entender a los hombres del coronel
por qué se tornan mansos “los ojos carnívoros del puma”, “cuando ella
avanzó y le tomo la mano” (20)3.
Realismo mágico:
En “Dos palabras”, el
narrador asume la historia de Belisa mostrándola inmersa en su particular
universo, con el cual mantiene una misteriosa relación simbiótica a partir de
sus especiales circunstancias, las que ocurren desde su nacimiento e infancia,
envueltos en la realidad de la magia y la tragedia que la amarran a su mundo
haciendo innegable y cotidiana cada cosa, sin necesidad de crearle imaginarios
de otros mundos ni falaces escenarios. Sus acciones desentrañan los
misterios de su vida como parte de la magia inmersa en la vida misma, de manera
natural, igual que si hubieran ocurrido de otra forma más corriente.
Esa forma de penetrar la realidad
del mundo de Belisa por parte de Allende “que hace que su cosmovisión sea más
profunda, compleja y poética” y que logra mostrarnos “su lado oculto, ambiguo y
misterioso”, es el mismo descrito para caracterizar a Rulfo y García Márquez, y
que hemos aceptado con el nombre de “Realismo Mágico” (RM),
por eso es ella misma quien busca su nombre “hasta encontrarlo” y vestirse con
el (11), porque era tan grande la miseria en su familia “que ni siquiera poseía
nombres para llamar a sus hijos” (12).
Lo misterioso y ambiguo se muestran
desde su anclaje en el mundo real, del que paulatinamente y sin contradicciones
y usando solo el arma retórica y poética de su discurso, va alejándose para
adentrarse en el mundo de lo maravilloso y extraordinario. Belisa
emprende el viaje con el que burla a la muerte “siguiendo el espejismo del
agua” (12), y no solo lo consigue, sino que también descubre el destino
transcendental de la escritura. Años después, cuando es raptada por
el mulato, al final del camino de tortura atada de pies y manos, “un sorbo de
aguardiente con pólvora” le permite volver a la vida (14). El discurso
redentor que escribe para el coronel esta “hecho de palabras refulgentes y
durables” para que no se hicieran ceniza con el uso, el coronel lo aprende y lo
repite en cada pueblo dejándolo descansar entre jornadas, pero lo que no
abandona son las dos palabras secretas en las que reincide “cuando lo ablandaba
la nostalgia, las murmuraba dormido, las llevaba consigo sobre su caballo, las
pensaba antes de pronunciar su célebre discurso y se sorprendía saboreándolas
en sus descuidos” (18).
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